Luego de ser arrastrado hasta las afueras de la aldea, vio cómo los guardas lo lanzaban en un pozo abandonado. Sundar cayó al fondo de la fosa con un porrazo estruendoso. Aturdido por el impacto del golpe, vio cómo tapaban el pozo con una lona y la aseguraban con candados. El aire en el fondo era fetido. Aterrado, se apoyó contra la pared e intentó orar.
Buscó desde la niñez a Dios, Sundar Singh encontró la verdad en Jesucristo. A los dieciseis años, se convirtió en su seguidor. Muchas veces puso en gran riesgo su vida mientras cruzaba los inhóspitos Himalayas, las aldeas y ciudades de India. En sus continuos viajes entre la India y el Tibet compartió el evangelio con hindues, budistas, sikhs e incluso ladrones.
Mientras viajaba, Sundar constantemente leia la Biblia, oraba y meditaba. Con el paso de los años fue un ejemplo vivo no solo en su tierra natal sino en Asia, Europa y Estados Unidos. Su vida causó gran impacto en miles de personas con su tranquilidad, las palabras y acciones justas (1889-1929).